sábado, 26 de noviembre de 2011

En el andén de la vida

Cuando aquella tarde llegó a la  vieja estación le informaron que el tren en que ella viajaría se retrasaría  aproximadamente una hora.
La elegante señora, un poco  fastidiada, compró una revista, un paquete de galletitas y una botella de agua  para pasar el tiempo.
Buscó un banco en el andén  central y se sentó preparada para la espera.
Mientras hojeaba su revista, un  joven se sentó a su lado y comenzó a leer un diario.
Imprevistamente, la señora  observó cómo aquel muchacho, sin decir una sola palabra, estiraba la mano,  agarraba el paquete de galletitas, lo abría y comenzaba a comerlas, una a una,  despreocupadamente.
La mujer se molestó por esto,  no quería ser grosera, pero tampoco dejar pasar aquella situación o hacer de  cuenta que nada había pasado; así que, con un gesto exagerado, tomó el paquete y  sacó una galletita, la exhibió frente al joven y se la comió mirándolo fijamente a  los ojos.
Como respuesta, el joven tomó  otra galleta y mirándola la puso en su boca y sonrío.
La señora ya enojada, tomó una  nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, volvió a comer otra, manteniendo de nuevo la mirada en el muchacho.
El diálogo de miradas y  sonrisas continúo entre galletita y galletita.
La señora cada vez más irritada, y el  muchacho cada vez más sonriente.
Finalmente, la señora se dio cuenta de que en el paquete sólo quedaba la última galleta. "No podrá ser tan caradura", pensó  mientras miraba alternativamente al joven y al paquete de galletas.
Con calma el joven alargó la  mano, tomo la última galletita, y con mucha suavidad, la partió exactamente por la  mitad.
Así, con un gesto amoroso,  ofreció la mitad de la última galletita a su compañera de banco.
-"¡Gracias!" - dijo la mujer tomando con rudeza aquella  mitad.
- "De nada" - contestó el joven sonriendo suavemente mientras comía su mitad.
Entonces el tren anunció su  partida...
La señora se levantó furiosa del banco y subió a su vagón.
Al arrancar, desde la ventanilla de su asiento vio al muchacho todavía sentado en el andén y pensó: " ¡Qué insolente, qué mal educado,  qué será de nuestro mundo!".
Sin dejar de  mirar con resentimiento al joven, sintió la boca reseca por el disgusto que aquella situación le había provocado.
Abrió su bolso para sacar la botella de  agua y se quedó totalmente sorprendida cuando encontró, dentro de su cartera, su  paquete de galletitas intacto.
Cuántas veces  nuestros prejuicios, nuestras decisiones apresuradas nos hacen valorar  erróneamente a las personas y cometer las peores equivocaciones.
Cuántas veces la  desconfianza ya instalada en nosotros, hace que juzguemos injustamente a  personas y situaciones, y sin tener un por qué, las encasillamos en ideas  preconcebidas, muchas veces tan alejadas de la realidad que se presenta.
Así por no utilizar nuestra capacidad de autocrítica y de observación, perdemos la gracia  natural de compartir y enfrentar situaciones, haciendo crecer en nosotros la  desconfianza y la preocupación.
Nos inquietamos  por acontecimientos que no son reales, que quizás nunca lleguemos a contemplar, y nos atormentamos con problemas que tal vez nunca ocurrirán.
Dice un viejo proverbio...
“Peleando, juzgando antes de  tiempo y alterándose no se consigue jamás lo suficiente, pero siendo justo,  cediendo y observando a los demás con una simple cuota de serenidad, se consigue  más de lo que se espera”.
Autor desconocido

Dedicado a todos aquellos que al leer este cuento sienten que tienen o pueden dar otra oportunidad a alguien... 
Nunca es demasiado tarde...
Siempre se está a tiempo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario